Al margen de la gran cantidad de definiciones y matices que podemos encontrar al respecto, calidad, en el más amplio sentido de la palabra, implica hacer las cosas bien y, a ser posible, a la primera. Si además las hacemos cada vez mejor, hablamos de un proceso de mejora contínua.
Y… ¿A quién no le gusta hacer las cosas bien y a la primera?, yo creo que a nadie, todos aspiramos, por mucho que a veces parezca lo contrario, a desenvolvernos en la vida con el máximo de calidad. Además, si pensamos detenidamente en ello, ¡qué poca distancia hayentre simplemente hacer las cosas y hacerlas bien!. Entonces, ¿por qué nos impone y creemos que cuesta tanto hacer las cosas bien?, la calidad, en definitiva. Pues, como la mayoría de las veces en este ámbito, la respuesta la conocemos y no es muy agradable.
En realidad, todo lo concerniente ala calidad se mitifica por algunos que se aprovechan del desconcierto (y a veces el desconocimiento) de muchos para plantear acciones y proyectos abrumadores en el ámbito de la calidad.Pero, por propio sentido común, esto no puede ser así, la calidad no puede ser tan difícil y costosa. A veces simplemente media una delgada línea entre sencillamente hacer las cosas y hacerlas bien, con calidad y esa línea no es nada costosa de traspasar.
Cualquier organización que pretenda implementar procesos de calidad (que puede acabar en una adecuada certificación reconocida o no), sólo ha de reflexionar un poco acerca de sus procesos de gestión y de trabajo en general. Porque, no nos engañemos, en toda organización existen los procedimientos de trabajo, normalizados o no, que rigen la forma de hacer las cosas. Únicamente hay que:
Y eso ya es calidad, procurar que las cosas se hagan de forma racional, siempre de la misma forma y de igual manera por todos los interesados. Conseguido esto (y no antes), se puede intentar certificar todo eso con una norma, que nos aporte un sello de calidad reconocido. Pero este es un paso final y opcional, es un medio para que otros sepan que hacemos las cosas bien, nunca puede ser un fin en sí mismo. De ser así, un fin u objetivo, todo se distorsiona y estaremos “fingiendo” que hacemos calidad, lo cual va a provocar tantas distorsiones en nuestra organización que nos va a costar (en todos los sentidos) mucho más que si hiciéramos las cosas con calidad de verdad.
De hecho, muchas son las organizaciones que, como realmente no hacen las cosas con calidad, sino que la fingen, cada vez que tienen una certificación pendiente o revisión de la misma, dedican ingentes cantidades de tiempo (y dinero) de personas encargadas de arreglarlo todo, semanas antes de dicha revisión, para “pasar el trago”, lo que provoca muchísimo malestar en el personal que ha de hacerlo y un efecto negativo retroalimentado de que la calidad no vale para nada, sólo provoca gastos y dolores de cabeza cuando viene un inspector y, de esta forma, se asocia calidad a exceso de trabajo, pérdida de tiempo y preocupaciones añadidas.
Pues no señores, hacer las cosas con calidad es algo mucho más sencillo de lo que algunos pretenden y hemos de trabajar en esa dirección, porque nos va en ello poder ser más competitivos, ser más eficientes, hacer las cosas en menos tiempo y con mayor garantía de que están bien hechas y todo eso, queridos amigos, nos va a reportar beneficios en muchos sentidos: bienestar, tranquilidad, menos tiempo dedicado a cosas inútiles y, por tanto,… beneficios económicos indirectos. Y todo lo comentado abunda un una situación que estamos sufriendo con especial crudeza en nuestro país… ¡la jodida crisis!. Es decir, trabajar con calidad nos facilitará superar esta terrible situación antes, en mejores condiciones y con mucho más optimismo y, ¿quién no quiere ser optimista?, pues hagámoslo así, tengamos sentido común y hagamos las cosas bien y mejor cada día, que no cuesta tanto, ¡comprobadlo!