Nuevo,
Innovador, Moderno,… atributos, adjetivos calificativos que nos parecen siempre buenos, positivos. Pero, esta idea, en sí misma, es algo clásico, nada nuevo, ni innovador, ni moderno, lo cual no deja de ser paradójico, ¿verdad?
Los seres humanos solemos apuntarnos a las
modas con fervor, con devoción. Una nueva moda (prenda, dispositivo, estilo, manera de hacer las cosas, etc.) despierta en algunos de nosotros pasiones, desdeña lo anterior o diferente con crueldad, genera grupos, clases, élites,… que acaban siendo tan efímeros como la propia moda. Algunos somos capaces de sacrificarnos hasta lo insospechado por estar en esa moda. Así nos sentimos en la onda, parte de algo, innovadores, modernos, todo suena bien, ¿no?
Pero esa moda pasa y… tras una pequeña desilusión, enseguida encontramos otra moda a la que apuntarnos y ya volvemos a sentirnos bien, parte de ¿otro? algo, modernos, etc.
Contado así, parece que este proceso es negativo, pero nada más lejos de la realidad, es el proceso por el que la humanidad va avanzando en sus hábitos, costumbres, formas de hacer, etc. Porque de cada una de esas modas, algo va quedando y va configurando lo
clásico, lo que perdura, lo que nunca pasa de moda, lo que nos hace sentir seguros y a lo que recurrimos en nuestros momentos de desorientación o no saber qué hacer, qué ponernos, qué escuchar…
Si no, fijaos en las últimas décadas, a pesar de lo muchísimo que se ha ido quedando por el camino, muchas cosas que podían parecer efímeras y caprichos de un colectivo que pronto pasarían, se han quedado, por suerte, con nosotros para siempre (esperemos…). Me refiero a cosas como los pantalones vaqueros (jeans), la música
pop,
rock, etc., pasando a formar parte de nuestras vidas como algo natural y ya casi ‘clásico’.
No es malo lo clásico ni es malo lo innovador, lo moderno, nada es malo en sí mismo ni nada es la panacea por sí solo. Fijaos en algunas cosas clásicas:
No se puede desdeñar aquello que nos ha permitido llegar donde estamos, aquello que pervive a través de los vaivenes de las modas que, por definición, son caprichosas y pasajeras, aquello que, a pesar de lo que opines de ello, ha tenido éxito sostenido para la mayoría de nosotros.
Vamos a centrarnos un poco en la forma de hacer las cosas, en la forma de trabajar en nuestro día a día. En este ámbito encontramos una serie de formas, maneras y
metodologías consideradas como clásicas, las de siempre y, cada época o periodo de tiempo, otro conjunto considerado como innovador, moderno, revolucionario, etc. Esta situación suele provocar una polarización de los profesionales: el conjunto (generalmente mayor en número) de aquellos que se sienten cómodos haciendo las cosas como siempre se han hecho, con metodologías clásicas, viendo como una amenaza y algo pasajero y efímero las maneras o metodologías innovadoras y modernas y aquellos que se apuntan rápidamente a las nuevas formas, las innovadoras y modernas, criticando y menospreciando al grupo anterior…
Estoy seguro que, si reflexionamos, todos encontramos ejemplos de lo expuesto en el párrafo anterior en nuestro entorno o contexto laboral. Qué difícil es manejar esta situación, que puede llevar a generar enemigos irreconciliables y organizaciones inmanejables.
Pero ninguno de los grupos tiene toda la razón ni está equivocado por completo. Ambas formas de hacer las cosas tienen sus virtudes y sus debilidades y han de llegar a ser compatibles.
Las personas que ven como una amenaza las nuevas formas de hacer las cosas, han de hacer un esfuerzo por evolucionar y adoptar de ellas aquello que mejora sustancialmente su propia forma de hacerlas. Por el contrario, el grupo que rápidamente se apunta a las nuevas formas, no ha de desdeñar las clásicas, las que ya han demostrado que funcionan (quizás en una realidad distinta, pero funcionan) y han de ser capaces y tener la habilidad de heredar y seguir con algunas de esas formas de hacer que tanto sumarán si se conjugan con las más innovadoras.
La virtud, como siempre y como no puede ser de otra manera, es saber y tener la habilidad de conjugar lo innovador, lo moderno y lo clásico, para generar nuevas formas clásicas que tengan éxito y perduren en el tiempo. Hemos de tener la generosidad y ser capaces de comprender tanto las virtudes de las metodologías clásicas como lo bueno de las innovadoras y modernas para aprovechar lo positivo de cada una de ellas y generar hábitos, metodologías y maneras de hacer las cosas adaptativas, eficientes y que nos sirvan en nuestro contexto u organización, generando un beneficio tanto para nosotros mismos como para dicha organización. Esa es la verdadera innovación y lo que nos permite avanzar día a día... os lo dice “todo un clásico”