Cuantas veces oímos (incluso decimos) frases como la del título, ¿verdad?. Pero, realmente, ¿es así?, ¿nos creemos esas frases?. Yo, desde luego, no.
Todo el mundo, las personas, las organizaciones,
necesitamos tener planes para avanzar, para tener un rumbo fijo y definido (otra cosa y tema fuera de este artículo, es si dicho rumbo es el correcto…).
Un plan nos ayuda a orientarnos y alinear los esfuerzos para conseguir nuestros
objetivos y metas, nos ayuda a no perdernos por el camino, a minimizar las influencias externas, las modas, las opiniones de los líderes, todo aquello que nos desorienta y hace que el camino para alcanzar las metas se convierta en tortuoso.
Por eso todos necesitamos planes, aunque muchas veces no se hagan explícitos en forma de un documento o tabla, etc., sino que sean implícitos y los llevemos en nuestra mente. En el caso de las organizaciones, además de existir los planes, se han de explicitar, se han de escribir, hay que reflexionar sobre ellos y materializarlos en uno o varios documentos. Además, éstos documentos han de ser conocidos y compartidos por toda la organización y apoyados al 100% por la dirección.
Hasta aquí bien, todos (en mayor o menor medida) de acuerdo. Pero, ¿qué pasa con esos documentos cuando se redactan y se comunican a la organización?, pues ahí radica el quid de la cuestión y subyace la pregunta del título… Pues lo que suele pasar es que se queden en una estantería o en un repositorio de archivos compartidos o donde quiera que sea, pero sólo se suelen usar para enseñárselo a terceros y para “fardar” de ellos, porque… está de moda planificar, viéndose casi como un “mal necesario”, como una moda tal que, si no lo haces, no estás en la onda…
Ese es el principal error. Los planes han de estar vivos e ir cambiando y adaptándose con el tiempo, porque la organización cambia, el entorno cambia, la sociedad cambia, todo cambia y ¿por qué ese plan no cambia?. Si se hizo en un momento dado, con unas condiciones dadas y dichas condiciones cambian, el plan ha de evolucionar y cambiar.
El problema es que ese plan, una vez hecho, ya no se suele modificar, por lo que, al cambiar todo el contexto en el que se hizo, es imposible que se cumpla y entonces el
saber popular declara:
‘Los planes están hechos para no cumplirlos’. ¡NO!, los planes están hechos para alcanzar los objetivos y están diseñados para evolucionar y adaptarse con el tiempo y, si no, no planifiques.
El proceso de planificación ha de comprender siempre la fase de revisión y evolución de los planes generados. Se han de programar esas revisiones periódicas, medir cómo se está y compararlo con cómo se debería estar según los planes y, si hay divergencia, reflexionar sobre ella y arbitrar las medidas necesarias, que pueden pasar por cambiar y adaptar esos planes.
Por tanto, marquemos objetivos y metas, planifiquemos, comuniquemos y…, lo más importante, adaptemos y evolucionemos esos planes para que se cumplan, aunque esas adaptaciones supongan cambios muy significativos. Los planes están hechos para que se cumplan, adaptados en cada momento a la realidad que los rodea. Si no tenemos planes… ¡qué aburridos somos!